15.03.2017 – Casa López-Collado
Abro los ojos y veo que la luz ya
entra por el trocito que dejé abierta la persiana. Los días de sol y calor me
encantan, y aunque aun refresca demasiado como para dejar la chaqueta en casa,
estos pequeños rayos de sol de marzo me llenan de vida.
Miro la hora en el despertador y
veo que aún faltan 10 minutos para que suene. Tengo 10 minutos para acurrucarme
en la cama y disfrutar del calor que esta me proporciona. Me encanta taparme la
cabeza y hacerme un ovillo entre las mantas. Me encanta sentirme pequeñita y
protegida por este pequeño instante antes de enfrentarme a la realidad. Sin
saber por qué hay días en los que me despierto llena de energía y siento que la
vida y los problemas no podrán conmigo, días en los que me siento llena de
fuerzas y con ganas de cumplir mis objetivos. Me siento feliz y quiero seguir
siéndolo.
Me desperezó un poco mientras
vuelvo a mirar esos pequeños rayos de sol que entran por mi ventana, mientras busco
mi móvil perdido entre las sábanas.
“Buenos días amor”
Veo su mensaje y no puedo evitar
sonrojarme. Tanto tiempo a mi lado y aun me ruborizo cuando lo veo, cuando
pienso en él y cuando susurra palabras en mi oído. No tardo más de dos segundos
en contestarle, y aunque sé que a estas horas ya estará trabajando y no podrá
leer mi mensaje me entretengo en explicarle el presentimiento que tengo de que
hoy va a ser un gran día.
Sus buenos días, sus buenas
palabras, su manera de preocuparse por como he dormido, sus ganas de querer
estar a mi lado me hacen sentirme especial. Sé que soy su persona especial,
igual que él es la mía. Es la persona que me gustaría ver cada mañana al
despertar, cada noche al acostarme. Es la persona con la que quiero compartir
mi vida y con la que sé que puedo ser feliz.
Suena el despertador, lo apago y
de un salto ya estoy en pie. Hoy será un gran día, claro que sí. Me acerco a la
cajonera y cojo la ropa del uniforme, la estiro y la dejo sobre la cama. Cojo
ropa interior limpia y salgo de la habitación y me tropiezo con mi madre.
“Buenos días, mamá”
“Uy, qué buen humor tienes esta mañana. Iba a mirar si ya estabas
despierta”
Sonrío mientras sigo mi camino
hasta el cuarto de baño. Entro, pongo el pestillo y empiezo a quitarme la ropa.
Me miro al espejo y observo como esos quilos de más que cogí en navidades se
han asentado cómodamente para pasar el resto del año a mi lado. Pero no, hoy no
pienso deprimirme por ello, hoy va a ser un gran día. Además, no es para tanto,
por suerte tengo a mi lado una persona a la que le encanto tal cual soy y eso
vale millones y quita cualquier pena.
Me aseo con una toallita y me
coloco mi ropa interior limpia. Soy consciente de que no me sienta tan bien
como antes, pero aun así, una siempre tiene que cuidar su aspecto interior,
siempre tiene que sentirse sexy y, además con un poco de suerte, si Carlos no
sale muy cansado de trabajar, quizá podamos cenar juntos y enseñarle mi nuevo
conjunto.
Sonrío y me lavo la cara. Recojo
mi pelo en una coleta y estoy lista para vestirme. Recojo mi pijama del suelo,
pongo la ropa interior para lavar y me coloco mi bata de estar por casa para
volver a la habitación, donde me visto y voy a la cocina a desayunar.
“Mira, tu padre ha traído hoy unas madalenas al volver del trabajo,
¿quieres?”
“Mamá… sabes que una madalena se me va a ir directa a las caderas y
luego no hay quien la saque de ahí”
“Bueno, tú misma. Pero que sepas que están buenísimas.”
La miro de medio lado, fingiendo
una mirada de odio y ella me mira y se ríe mientras saborea una e esas
fantásticas madalenas. Desde luego tienen muy buena pinta.
“Vale va, si les haces esa propaganda no hay quien se resista”
Me preparo mi café mientras
saboreo la madalena. Está exquisita. Es perfecta, esponjosa, nada pesada, con
el centro cargado de chocolate, un chocolate con leche delicioso y la cantidad
justa de azúcar tostado en lo alto. Soy incapaz de decir que no a un chocolate
como este. ¿Quién puede resistirse? Cualquier persona tan feliz como yo no
puede negarse este tipo de caprichos de vez en cuando, uno no puede vivir a
dieta eternamente, te amarga la vida contar las calorías, estar siempre
pendiente del peso y de tu figura… qué horror.
Me siento en la mesa junto a mi
madre mientras me explica los planes que tiene para el día de hoy. La observo
mientras habla y sumerge otra madalena en el interior de su café. Por un
momento me alejo de la conversación, mis ojos están fijos en la madalena que
entra y sale del café. Observo la cara de mi madre que la come sin pensar en la
cantidad de azúcar y harinas refinadas que debe llevar eso, y pienso en la suerte
que tiene de poder comer lo que quiera sin engordar apenas.
“Lidia, anda comete otra, que se te cae la baba mirándome”
Despierto de mi sueño. Y es que
tiene razón. Están tan buenas que se me cae la baba sólo recordando su sabor.
Sigo su consejo y me como otra bañándola en el café. Está deliciosa. Pongo los
ojos en blanco y mi madre rie por ello, pero miro la hora y veo que empieza a
hacerse tarde, así que termino lo que queda del café de un sorbo y le doy un
beso en la mejilla.
Cojo la comida que me preparé
anoche mientras mi madre me envuelve otra madalena en un poco de papel de
plata: “Para la merienda”, dice.
15.03.2017 – Casa Sánchez-García
7:45. Suena el maldito
despertador. Lo apago, ya volverá a sonar.
7:50. Suena el despertador. Lo
apago. Lo odio.
7:55. Suena el despertador. Lo
apago. Apenas he dormido 5 horas y no puedo con mi cuerpo. Necesito vacaciones
ya.
8:00. Suena el despertador. Lo
apago. Intento abrir los ojos y miro al techo… ¿qué día es hoy? Miércoles,
menos mal. Mañana libro y pienso pasarme toda la mañana en la cama sin moverme…
pero hoy…
8:08. “¡Carlos! ¡Levántate ya! ¡Vas a llegar tarde!”
“¡Siii madre, ya voy!”
¿Por qué no puedo vivir solo y
tranquilo? ¿Por qué tengo que aguantar los gritos de mi madre día tras día? Y
como no salga de la cama en 30 segundos tocará escuchar también los de mi padre
y eso puede desembocar en la necesidad de mi hermano de hacerme el día más
insoportable si cabe, con sus quejidos porque quiere dormir un rato más… qué
suerte que él pueda, quizá cree que yo me levanto por gusto.
Pongo los pies en el suelo y
siento la necesidad de volverme a estirar. El cuerpo me pesa y los ojos se me
cierran. Hace algo de frío y el calor de las sábanas me llama, pero tengo que
hacer el esfuerzo de buscar mi ropa y largarme a trabajar y perder de vista
esta casa durante unas horas.
Miro a mí alrededor y veo sobre
la silla del escritorio la ropa de ayer. La cojo, algo cae al suelo, huelo
algunas piezas y creo que aun están aceptables para volvérmelas a poner hoy. Me
pongo el polo y encima el polar. Recojo del suelo los pantalones y me los pongo
mientras vuelvo a escuchar como mi madre me llama desde la cocina.
“Si madre, ya me estoy vistiendo”. Todos los días la misma
historia. Todos los días se repite esta mierda de rutina que me ahoga y ya no
me deja respirar.
Sentado otra vez en la cama,
resoplo, me froto los ojos deseando que esto solo sea una pesadilla, pero no,
día tras días compruebo que no, que esta es mi triste realidad. Abro el cajón
de los calcetines y cojo el primer par que encuentro, me los pongo, busco las
botas y me enfundo en ellas.
Cojo mi mochila de encima del
escritorio y compruebo que no me dejo nada: las llaves del coche, las de casa y
la acreditación del trabajo. Echo un breve vistazo al resto de cosas y veo que
la libreta y el bolígrafo siguen en su sitio, el paquete de pañuelos y la
cartera.
Salgo de la habitación y me
encuentro de frente con mi madre.
“Te he dejado el desayuno encima de la mesa. Date prisa o llegaras
tarde.”
“Si madre, muchas gracias”, respondo.
Voy hacia el comedor mientras la
escucho murmurar su famosa frase “que
haríais sin mí, se os comería la mierda y os morirías todos de hambre”. Yo
no sé si todas las madres son así o es la mía a la única que le gusta
recalcarnos todos los días las cosas que hace por nosotros. ¿Quién se lo pide?
¿Se cree que no soy capaz de ponerme un tazón de cereales con un poco de leche?
Dejo la mochila sobre la mesa y
me siento dispuesto a tomarme tranquilamente mis cereales, mientras miro que
dan por la tele, pero cuando miro lo que tengo enfrente… ¡¿qué mierda es esta?!
“¡Madre! ¿Qué mierda de cereales me has comprado?”, grito.
“Carlos hijo, en el súper no quedaban de los de siempre, pero he cogido
estos que son iguales…”
No quiero escucharla terminar. Se
cree que sin ella me moriría de hambre, pero a veces es casi más fácil que me
muera de hambre con ella al lado. Siempre la misma historia. Sabe que estos no
me los voy a comer, pero insiste en comprarlos porque son más baratos. Lo barato sale caro, no pienso comérmelos.
No tengo tiempo de discutir con
ella, me levanto y voy a la cocina y abro armarios buscando algo que desayunar
hasta que un bote de Nocilla con el que poder hacer unos sándwiches. Vuelvo al
comedor y me bebo un par de vasos de leche mientras como rápidamente el
desayuno improvisado si no quiero llegar tarde.
Cojo el bocadillo que me ha
dejado mi madre preparado encima de la encimera y las fiambreras con la comida
del día. No quiero ni pensar en qué mierda me habrá preparado hoy, que ya tengo
suficiente con pensar que hoy me toca turno partido y voy a perder todo el día.
Lo meto todo en la mochila y ya estoy listo para marcharme, cuando al cruzar el
umbral de la puerta del recibidor vuelvo a escuchar a mi madre de fondo “Cariño, acuérdate de llevarte la basura”
“Si madre. Cómo no. Me lo podrías haber dicho antes y así me ahorro de
dar cuarenta vueltas innecesarias”
Vuelvo a la cocina, saco la bolsa
del cubo, la ato y por fin puedo largarme de este horrible lugar. Entro en el
ascensor y en mi cabeza solo retumba la voz de mi madre: “Carlos levántate; Carlos llévate la basura; Carlos vas a llegar tarde;
Carlos…”. No hace ni media hora que estoy en pie y ya estoy harto de todos.
¿No podrían bajar ellos la basura después? Total no hacen nada en todo el día,
soy el único que trabaja y el único que puede bajar la basura.
Al abrir el contenedor noto en el
bolsillo del polar el bulto de mi viejo móvil y una voz dentro de mi me dice “Escribe a Lidia que si no se enfadará”.
Claro, lo que faltaba, si no le doy los buenos días a Lidia luego no habrá
quien la aguante.
Llego al coche a toda prisa. Y al
sentarme y poner la llave en posición de contacto veo que aun voy bien de
tiempo y me permito relajarme un poco. En casa me estresan, me alteran. Seguro
que se me dispara la tensión sólo con oír la vocecilla de mi madre.
Enciendo el coche, y mientras
espero que se caliente un poco, saco el móvil y escribo a Lidia “Buenos días amor”. Pienso un poco antes
de decidirme a enviarlo. Pienso en escribirle algo más, en preguntarle que tal
ha dormido, en si tiene planes para la tarde, en si querrá que cenemos juntos…
Enviar. Mejor no. Hoy por lo que presiento me espera un día largo y duro y
cuando salga del trabajo sólo voy a querer relajarme y dormir.
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