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martes, 6 de junio de 2017

RELATO: Percepción - Capítulo 3



15.03.2017 – Supermercado Carrefour

Abro mi taquilla, deseando coger mis cosas y salir pitando de aquí. Carlos mañana no trabaja, así que imagino que vendrá a recogerme y podremos pasar la noche juntos.
Saco el móvil de mi bolso y veo que tengo un mensaje suyo. La piel se me eriza sólo con pensar en él. Deseo tanto verlo y notar sus brazos alrededor de mi cuerpo que los minutos que me faltan para verlo se me hacen eternos.

“Hola amor, estoy en el descanso de media tarde y estoy molido, los pies me matan y tengo unas ganas horribles de estirarme en la cama a descansar. Si no me quedo dormido antes de que salgas de trabajar te escribo para ver qué hacemos luego, pero no prometo nada. Un beso guapa.”

Desilusión. Eso es lo que recorre mi cuerpo ahora mismo. Ningún mensaje más. Su hora de última conexión coincide con la hora en la que salía de trabajar. Tenía tantas ganas de verlo y de estar con él que no estaba pensando en lo cansado que va últimamente. Pobre, aunque ya ha terminado la temporada alta, están a tope de faena y no para en todo el día. ¡Además esas botas del trabajo le están destrozando los pies!

Bajo las escaleras y atravieso la línea de cajas, me despido de mis compañeros y salgo a la calle con alguna pequeña esperanza de encontrar su coche parado en doble fila delante del supermercado. Me paro, miro a ambos lados de la calle, pero nada. Hay algunos coches, pero ninguno el que espero.

Agacho la cabeza y empiezo a caminar hacía la boca del metro, mientras saco el móvil de mi bolsillo y le escribo un mensaje a Berta: “Se ha dormido, así que me voy a casa a descansar”.

15.03.2017 – Salida CETR

Faltan 15 minutos para el final de mi turno. Empiezo a caminar poco a poco hasta el área de personal. Con un poco de suerte, si voy con calma y no me para ningún cliente, llegaré justo a tiempo para coger mis cosas de la taquilla y salir corriendo para casa.

Ya en la puerta, me encuentro con Jose que también termina ahora. Entramos los dos juntos a recoger nuestras cosas mientras sigue hablándome de la misma historia que a la hora de comer:

“Silvia está en la puerta”

¿Silvia? ¿Quién es Silvia?, me pregunto mientras habla, y sin darme tiempo a abrir la boca continúa su relato.

“Silvia… la de ayer, de la que te hablaba antes. No sé. Es maja. Siento que por fin he encontrado a quien buscaba. Sé que siempre te digo lo mismo, pero no sé, con ella me siento diferente. Iremos ahora a tomar algo y luego al cine, supongo. ¿Te vienes a tomar una cerveza y te la presento?”

“No sé. Siempre haces lo mismo con todas, la conoces, te parece simpática, quedas otra vez con ella y cuando consigues llevártela a la cama te olvidas. Empieza a darme hasta pereza imaginármelo.”

“De verdad que con esta es diferente”, dice. Yo ya no sé si creérmelo. En verdad, es algo que no me importa demasiado, sea como sea, es su vida y mientras a él le vaya bien, por mi perfecto, pero no tengo ganas de estar en medio de sus líos.

Pienso esto mientras nos dirigimos a la puerta de salida. Él, mientras, sigue hablando de Silvia una y otra vez. Sigue contándome lo mismo uno y otra vez. Hoy es Silvia, mañana será Ana y pasado será Sandra. La gente no cambia, esto será siempre así.

“Mírala. Es ella.”

Sin demasiado interés, alzo la cabeza y miro hacía donde me indica y me encuentro con una chica no muy alta, con el pelo largo y moreno, algo rizado, pero muy natural. Se ha levantado un poco de viento y su pelo ondea, mientras ella intenta mantenerlo bajo control con una mano. Tiene una silueta bonita. Es delgada, pero no en exceso. Viste una chaqueta de piel granate con un pantalón negro ajustado, tan ajustado que me permite ver lo bien formadas que tiene las piernas, forma que delata el cuidado que tiene con su cuerpo, el entrenamiento que hace. Se da la vuelta y veo a una chica espectacular. Lleva un maquillaje sutil, con los labios pintados de rojo oscuro, casi a juego con su chaqueta. Tiene una cara fina, casi inocente. Es preciosa. Mira a Jose, sonríe y levanta la mano para saludarle.

“¿Qué te parece? Es guapa, ¿no?”

De mi boca no salen palabras. Avanzo junto a él hasta donde se encuentra Silvia. Me la presenta y me da dos besos. Y siento que por primera vez en mi vida las palabras salen con dificultad, por un momento siento que he perdido mi don de gentes, mi facilidad para entablar conversación y escucho salir de mis labios un recurrente “¿Qué tal niña?”

Jose vuelve a insistir en que vaya con ellos a tomar algo, a mí y a algún compañero más que va saliendo tras nosotros al terminar también su turno. Sin decir palabra, observo a los otros y termino siguiendo al grupo. Por momentos voy olvidando mi cansancio, mi dolor de pies y de Lidia. “¡Ay, Lidia! ¡Debo mirar a ver si me ha escrito!”, pienso, mientras saco el móvil del polar y compruebo que no hay ningún mensaje nuevo.

Avanzo detrás de mis compañeros hacia el bar, mientras mi mirada se pierde en el vaivén de las caderas de Silvia, en el pequeño respingo que dan sus nalgas a cada paso, en el movimiento ondeante de su pelo, en su manera de apartarlo delicadamente de su cara…

Una vez en el bar nos sentamos todos en una mesa que hay libre en el rincón junto a la ventana. Jose intenta que Silvia se meta en la conversación, que no se sienta fuera de lugar, pero poco tiene que ver con nosotros. Además sus ojos demuestran timidez, se siente cortada ante nosotros y no sabe bien bien qué decir. Pero cada vez que habla mis ojos se posan en sus labios, en eses color rojo oscuro sutilmente humedecido.

Jose me despierta de mi sueño, recordándome lo extraño que resulta que aun no haya abierto la boca. Finjo que es por el cansancio, pero siento que podría pasarme horas mirando esos labios sin decir ni una sola palabra. Y de hecho, es así como transcurren las siguientes horas…



martes, 9 de mayo de 2017

RELATO: Percepción - Capítulo 2



15.03.2017 – Comedor personal CETR

Por fin, un descanso decente. Necesito sentarme y reposar. Tengo los pies molidos de recorrerme tantas veces el centro de punta a punta. Me duele la cabeza de escuchar las quejas y reclamaciones de los visitantes. Estoy asqueado con el calor que está haciendo estos días, y miedo me da pensar que sólo estamos en marzo.

Aunque reconozco que este trabajo tiene sus cosas buenas. Aquí puedo usar mis dotes de relaciones públicas y conocer a mucha gente diferente y muchos extranjeros con los que practicar idiomas y con los que a veces me río con sus ocurrencias.

Me dirijo tranquilamente hacía el comedor, donde me encuentro con el resto de compañeros. Esto también es una parte buena del trabajo. Somos un equipo de gente joven, con la que he hecho muy buenas migas y con los que quedar de vez en cuando para tomar algo.

Echo un vistazo general a ver a quien me encuentro y no veo a Alejandro por ningún lado. Si no recuerdo mal, hoy tiene el mismo turno que yo, así que no debería tardar en aparecer por el aquí.

Alejandro es el encargado de mi grupo. Un tío responsable, simpático y agradable, aunque un poco raro y con el que a veces me cuesta un poco mantener una conversación distendida.

El otro día, escuche a algunos del grupo C, comentar la existencia de un cargo de nueva creación para el que no era necesario tener más de un año de antigüedad en la empresa para acceder. No sé muy bien de que se trata, sólo sé que habría que gestionar parte del papeleo que ronda por aquí, lo cual implica estar menos horas de pie aguantando a las visitas, pasando calor o frío según la temporada del año en la que estemos.

Alejandro, como encargado, seguro que sabe algo del asunto y debería poder sonsacarle un poco de información para irme adelantando y prepararme en lo que sea necesario y así poder ir con ventaja respeto al resto de compañeros.

Mientras pienso esto, saco mi fiambrera de la mochila y la abro antes de calentarla para descubrir que manjar voy a degustar hoy. Menos mal que el día empieza a mejorar, es un trozo de lasaña casera, la especialidad de mi madre. No hay plato hecho con más amor y más cariño que éste, le queda espectacular. Sin duda mi plato favorito.

Antes de volver a la mesa, vuelvo a echar un vistazo al resto de personal, a ver si por una de esas aparece Alejandro, pero no hay suerte. Me siento y empiezo a degustar mi exquisita comida junto al resto de compañeros del grupo, cuando llega Jose y se sienta enfrente de mí y empieza a explicarme sus historias diarias. Es un chico alto y majo, en general, las chicas lo consideran atractivo. No es que me fije especialmente en el sexo masculino, pero tanto ver como todas las chicas y mujeres que trabajan aquí suspiran cada vez que pasa delante de ellas, me ha hecho mirarlo dos veces.

A simple vista, no parece nada especial. Alto sí. Pero ojos marrones, pelo castaño, cuerpo algo atlético, pero no demasiado y algo simpático, pero tampoco nada del otro mundo. Observo su comida, una ensalada con pollo, lechuga, tomate y poca cosa más. No sé cómo no se muere de hambre. Nada que envidiar.

“Al final ayer quedé con aquella que te dije que conocí por internet, es bastante guapa y muy simpática. El rato que estuvimos juntos me pareció que conectábamos muy bien, pero claro, la cosa no fue a más. Parece tímida, aunque tampoco demasiado, ya que accedió hoy a volver a vernos… creo que la invitaré al cine. Por lo que me explicó ayer tenemos bastantes cosas en común…”

Después de tantas historias llega un punto en el que desconecto, siempre es lo mismo: conoce a una chica, siempre es guapa y simpática, siempre tienen algo en común, siempre conectan, siempre acierta, nunca le sale ninguna cita rana… luego se las tira y se olvida de ellas, siempre sale algún defecto que antes no había visto y vuelta a empezar. Qué pereza. Yo no valdría para eso. Lo bonito es cortejarla como una dama, ganártela poco a poco hasta tenerla a tus pies. El resto va rodado.

Termino de comer y saco el móvil. Lidia me ha escrito muchísimo. Qué pereza leer toda esa parrafada…

“Buenos días amor. Hoy me he levantado muy feliz, no sé por qué, pero me siento muy feliz y muy positiva. Tengo buenas vibraciones. Seguro que hoy puedes hablar con Alejandro y conseguir ese puesto que tanto te mereces. Claro que sí.”

Si… lo conseguiría si pudiera hablar con él, pero llevo días sin coincidir con él en ningún momento, y mira que lo intento, necesito un encuentro casual, para no parecer interesado, pero no consigo provocar ese encuentro… sé que lo haré, sé que conseguiré esa información y sé que conseguiré ese puesto si me lo propongo, pero aun no he coincidido con él.

“… tengo ganas de que llegue el día en que pueda despertarme a tu lado y darte los buenos días en persona. Eso me haría muy feliz. Compartir nuestra vida uno al lado del otro… todos los días…”

A veces pinta las cosas de tal manera que parece que vivamos en un cuento, a veces parece que viva en un mundo de color rosa. Quizá se cree que con nuestro sueldo podemos aspirar a algo, y en verdad no, no podemos vivir juntos, nos moriríamos de asco. Pero por otro lado, como odio tener que volver a casa de mis padres cada noche…

“…He pensado que podríamos comenzar a mirar pisos y así cuando te den el ascenso ya lo tenemos prácticamente decidido, ¿no te parece? Espero que tengas un buen día ¡Te quiero!”

Suspiro y pienso en cómo decirle las cosas delicadamente. A veces es tan inocente que si le digo las cosas tal y como las pienso le haría daño. Tengo que meditarlo todo un poco y ser suave con mis palabras, tener un poco de tacto.

Quizá la vida a su lado resultaría más fácil que junto a mi madre, pero no sé si estoy dispuesto a cambiar las peleas con mi madre por las peleas con Lidia, con sus lloros, y su manera de hacerme sentir mal. Es tan sensible que no sé hasta qué punto podría llevar bien la situación. Por otro lado está el tema del dinero, entre el alquiler, el móvil, el coche, la comida… me da la sensación de que los gastos van a ser demasiados y no vamos a poder vivir cómodamente y eso nos llevaría a más discusiones y más malestar.

“Hola amor, mi día está siendo un poco raro… Empieza a hacer calorcillo y además hay muchísimas faena, ¡no damos abasto! A ver si cuando tenga un ratillo libre puedo mirar a ver a qué precio están los pisos y vamos decidiendo cuales queremos ir a ver. Un beso, cariño, yo también te quiero.”

Sé que con eso es imposible hacerle daño. Podemos mirar. Podemos hacer números y así verá que es imposible que nos mudemos juntos. Hay que esperar.


15.03.2017 – Salida del supermercado Carrefour

“¡Hasta luego guapas!”

Miro la hora y veo que salgo bien de tiempo. Voy caminando tranquilamente hasta el parque que he quedado con Berta. Hace días que no la veo y me apetece hablar con ella. A veces me sabe mal explicarle mis cosas, porque pobrecita, ella aun lo está pasando mal después de descubrir que su ex le era infiel, y no me extraña, es un palo lo mires como lo mires. Y más a ella, con lo buena persona que es. No se lo merece.

Saco el móvil y veo que Carlos me ha escrito. Qué bien. No está del todo a gusto en su casa y tiene ganas de que nos miremos algo juntos, y creo, que como yo, siente que ha llegado el momento. Ya tenemos una edad, y tenemos que empezar a organizar nuestra vida en común, porque el tiempo ya empieza a jugar en nuestra contra si queremos asentarnos primero, casarnos y después por fin formar una familia.

Pero por mucho que me emocione la idea de formar una familia a su lado, soy consciente de que tenemos que hacer las cosas paso a paso y poco a poco. Por eso me alegra tanto pensar que al fin vamos a empezar a buscar nuestro hogar. Por fin vamos a tener nuestro sitio y, por supuesto, estoy deseando contárselo a Berta.

En algunos momentos, cuando estoy con ella, me corto un poco al explicarle lo bien que me van las cosas con Carlos, porque no quiero que piense que se lo estoy restregando por la cara. Pero claro, no puedo evitarlo, ella misma reconoce que el brillo que tengo en los ojos cuando hablo de él no es normal. Se nota que estoy enamorada, que le quiero con toda mi alma. Y es que al fin siento que he encontrado a la persona con la que puedo ser feliz.

Y cada vez que pienso en él, en su amplia espalda y en sus fuertes brazos… aix, siempre se me escapa un suspiro. Esos brazos que me cogen y me elevan sin esfuerzo, que me abrazan y recomponen todos mis trozos rotos. Esas palabras que sabe decir en cada momento oportuno. Esa manera de ser amable conmigo y tratarme con amor. Esa manera de protegerme. Esos ojos que me miran con amor. Esos ojos con los que me come con la mirada, esa mirada que me dedica sólo a mi. Ese pelo que tanto le caracteriza…

“¡Lidia!”

Me giro y veo a Berta sentada en un banco haciéndome señas.

“Tía, estás empanada, llevo una hora llamándote”

Tiene razón, cuando pienso en Carlos pierdo el mundo de vista. Pero hoy estoy tan feliz que me siento como en una nube. Tengo ganas de reír, de saltar y de contagiar esta felicidad a todo el que me rodea.


martes, 25 de abril de 2017

RELATO: Percepción - Capítulo 1



15.03.2017 – Casa López-Collado

Abro los ojos y veo que la luz ya entra por el trocito que dejé abierta la persiana. Los días de sol y calor me encantan, y aunque aun refresca demasiado como para dejar la chaqueta en casa, estos pequeños rayos de sol de marzo me llenan de vida.

Miro la hora en el despertador y veo que aún faltan 10 minutos para que suene. Tengo 10 minutos para acurrucarme en la cama y disfrutar del calor que esta me proporciona. Me encanta taparme la cabeza y hacerme un ovillo entre las mantas. Me encanta sentirme pequeñita y protegida por este pequeño instante antes de enfrentarme a la realidad. Sin saber por qué hay días en los que me despierto llena de energía y siento que la vida y los problemas no podrán conmigo, días en los que me siento llena de fuerzas y con ganas de cumplir mis objetivos. Me siento feliz y quiero seguir siéndolo.

Me desperezó un poco mientras vuelvo a mirar esos pequeños rayos de sol que entran por mi ventana, mientras busco mi móvil perdido entre las sábanas.

“Buenos días amor”

Veo su mensaje y no puedo evitar sonrojarme. Tanto tiempo a mi lado y aun me ruborizo cuando lo veo, cuando pienso en él y cuando susurra palabras en mi oído. No tardo más de dos segundos en contestarle, y aunque sé que a estas horas ya estará trabajando y no podrá leer mi mensaje me entretengo en explicarle el presentimiento que tengo de que hoy va a ser un gran día.

Sus buenos días, sus buenas palabras, su manera de preocuparse por como he dormido, sus ganas de querer estar a mi lado me hacen sentirme especial. Sé que soy su persona especial, igual que él es la mía. Es la persona que me gustaría ver cada mañana al despertar, cada noche al acostarme. Es la persona con la que quiero compartir mi vida y con la que sé que puedo ser feliz.

Suena el despertador, lo apago y de un salto ya estoy en pie. Hoy será un gran día, claro que sí. Me acerco a la cajonera y cojo la ropa del uniforme, la estiro y la dejo sobre la cama. Cojo ropa interior limpia y salgo de la habitación y me tropiezo con mi madre.

“Buenos días, mamá”
“Uy, qué buen humor tienes esta mañana. Iba a mirar si ya estabas despierta”

Sonrío mientras sigo mi camino hasta el cuarto de baño. Entro, pongo el pestillo y empiezo a quitarme la ropa. Me miro al espejo y observo como esos quilos de más que cogí en navidades se han asentado cómodamente para pasar el resto del año a mi lado. Pero no, hoy no pienso deprimirme por ello, hoy va a ser un gran día. Además, no es para tanto, por suerte tengo a mi lado una persona a la que le encanto tal cual soy y eso vale millones y quita cualquier pena.

Me aseo con una toallita y me coloco mi ropa interior limpia. Soy consciente de que no me sienta tan bien como antes, pero aun así, una siempre tiene que cuidar su aspecto interior, siempre tiene que sentirse sexy y, además con un poco de suerte, si Carlos no sale muy cansado de trabajar, quizá podamos cenar juntos y enseñarle mi nuevo conjunto.

Sonrío y me lavo la cara. Recojo mi pelo en una coleta y estoy lista para vestirme. Recojo mi pijama del suelo, pongo la ropa interior para lavar y me coloco mi bata de estar por casa para volver a la habitación, donde me visto y voy a la cocina a desayunar.

“Mira, tu padre ha traído hoy unas madalenas al volver del trabajo, ¿quieres?”
“Mamá… sabes que una madalena se me va a ir directa a las caderas y luego no hay quien la saque de ahí”
“Bueno, tú misma. Pero que sepas que están buenísimas.”

La miro de medio lado, fingiendo una mirada de odio y ella me mira y se ríe mientras saborea una e esas fantásticas madalenas. Desde luego tienen muy buena pinta.

“Vale va, si les haces esa propaganda no hay quien se resista”

Me preparo mi café mientras saboreo la madalena. Está exquisita. Es perfecta, esponjosa, nada pesada, con el centro cargado de chocolate, un chocolate con leche delicioso y la cantidad justa de azúcar tostado en lo alto. Soy incapaz de decir que no a un chocolate como este. ¿Quién puede resistirse? Cualquier persona tan feliz como yo no puede negarse este tipo de caprichos de vez en cuando, uno no puede vivir a dieta eternamente, te amarga la vida contar las calorías, estar siempre pendiente del peso y de tu figura… qué horror.

Me siento en la mesa junto a mi madre mientras me explica los planes que tiene para el día de hoy. La observo mientras habla y sumerge otra madalena en el interior de su café. Por un momento me alejo de la conversación, mis ojos están fijos en la madalena que entra y sale del café. Observo la cara de mi madre que la come sin pensar en la cantidad de azúcar y harinas refinadas que debe llevar eso, y pienso en la suerte que tiene de poder comer lo que quiera sin engordar apenas.

“Lidia, anda comete otra, que se te cae la baba mirándome”

Despierto de mi sueño. Y es que tiene razón. Están tan buenas que se me cae la baba sólo recordando su sabor. Sigo su consejo y me como otra bañándola en el café. Está deliciosa. Pongo los ojos en blanco y mi madre rie por ello, pero miro la hora y veo que empieza a hacerse tarde, así que termino lo que queda del café de un sorbo y le doy un beso en la mejilla.

Cojo la comida que me preparé anoche mientras mi madre me envuelve otra madalena en un poco de papel de plata: “Para la merienda”, dice.


15.03.2017 – Casa Sánchez-García

7:45. Suena el maldito despertador. Lo apago, ya volverá a sonar.
7:50. Suena el despertador. Lo apago. Lo odio.
7:55. Suena el despertador. Lo apago. Apenas he dormido 5 horas y no puedo con mi cuerpo. Necesito vacaciones ya.
8:00. Suena el despertador. Lo apago. Intento abrir los ojos y miro al techo… ¿qué día es hoy? Miércoles, menos mal. Mañana libro y pienso pasarme toda la mañana en la cama sin moverme… pero hoy…
8:08. “¡Carlos! ¡Levántate ya! ¡Vas a llegar tarde!”

“¡Siii madre, ya voy!”

¿Por qué no puedo vivir solo y tranquilo? ¿Por qué tengo que aguantar los gritos de mi madre día tras día? Y como no salga de la cama en 30 segundos tocará escuchar también los de mi padre y eso puede desembocar en la necesidad de mi hermano de hacerme el día más insoportable si cabe, con sus quejidos porque quiere dormir un rato más… qué suerte que él pueda, quizá cree que yo me levanto por gusto.

Pongo los pies en el suelo y siento la necesidad de volverme a estirar. El cuerpo me pesa y los ojos se me cierran. Hace algo de frío y el calor de las sábanas me llama, pero tengo que hacer el esfuerzo de buscar mi ropa y largarme a trabajar y perder de vista esta casa durante unas horas.

Miro a mí alrededor y veo sobre la silla del escritorio la ropa de ayer. La cojo, algo cae al suelo, huelo algunas piezas y creo que aun están aceptables para volvérmelas a poner hoy. Me pongo el polo y encima el polar. Recojo del suelo los pantalones y me los pongo mientras vuelvo a escuchar como mi madre me llama desde la cocina.

“Si madre, ya me estoy vistiendo”. Todos los días la misma historia. Todos los días se repite esta mierda de rutina que me ahoga y ya no me deja respirar.

Sentado otra vez en la cama, resoplo, me froto los ojos deseando que esto solo sea una pesadilla, pero no, día tras días compruebo que no, que esta es mi triste realidad. Abro el cajón de los calcetines y cojo el primer par que encuentro, me los pongo, busco las botas y me enfundo en ellas.

Cojo mi mochila de encima del escritorio y compruebo que no me dejo nada: las llaves del coche, las de casa y la acreditación del trabajo. Echo un breve vistazo al resto de cosas y veo que la libreta y el bolígrafo siguen en su sitio, el paquete de pañuelos y la cartera.

Salgo de la habitación y me encuentro de frente con mi madre.

“Te he dejado el desayuno encima de la mesa. Date prisa o llegaras tarde.”
“Si madre, muchas gracias”, respondo.

Voy hacia el comedor mientras la escucho murmurar su famosa frase “que haríais sin mí, se os comería la mierda y os morirías todos de hambre”. Yo no sé si todas las madres son así o es la mía a la única que le gusta recalcarnos todos los días las cosas que hace por nosotros. ¿Quién se lo pide? ¿Se cree que no soy capaz de ponerme un tazón de cereales con un poco de leche?

Dejo la mochila sobre la mesa y me siento dispuesto a tomarme tranquilamente mis cereales, mientras miro que dan por la tele, pero cuando miro lo que tengo enfrente… ¡¿qué mierda es esta?!

“¡Madre! ¿Qué mierda de cereales me has comprado?”, grito.
“Carlos hijo, en el súper no quedaban de los de siempre, pero he cogido estos que son iguales…”

No quiero escucharla terminar. Se cree que sin ella me moriría de hambre, pero a veces es casi más fácil que me muera de hambre con ella al lado. Siempre la misma historia. Sabe que estos no me los voy a comer, pero insiste en comprarlos porque son más baratos. Lo barato sale caro, no pienso comérmelos.

No tengo tiempo de discutir con ella, me levanto y voy a la cocina y abro armarios buscando algo que desayunar hasta que un bote de Nocilla con el que poder hacer unos sándwiches. Vuelvo al comedor y me bebo un par de vasos de leche mientras como rápidamente el desayuno improvisado si no quiero llegar tarde.

Cojo el bocadillo que me ha dejado mi madre preparado encima de la encimera y las fiambreras con la comida del día. No quiero ni pensar en qué mierda me habrá preparado hoy, que ya tengo suficiente con pensar que hoy me toca turno partido y voy a perder todo el día. Lo meto todo en la mochila y ya estoy listo para marcharme, cuando al cruzar el umbral de la puerta del recibidor vuelvo a escuchar a mi madre de fondo “Cariño, acuérdate de llevarte la basura”

“Si madre. Cómo no. Me lo podrías haber dicho antes y así me ahorro de dar cuarenta vueltas innecesarias”

Vuelvo a la cocina, saco la bolsa del cubo, la ato y por fin puedo largarme de este horrible lugar. Entro en el ascensor y en mi cabeza solo retumba la voz de mi madre: “Carlos levántate; Carlos llévate la basura; Carlos vas a llegar tarde; Carlos…”. No hace ni media hora que estoy en pie y ya estoy harto de todos. ¿No podrían bajar ellos la basura después? Total no hacen nada en todo el día, soy el único que trabaja y el único que puede bajar la basura.

Al abrir el contenedor noto en el bolsillo del polar el bulto de mi viejo móvil y una voz dentro de mi me dice “Escribe a Lidia que si no se enfadará”. Claro, lo que faltaba, si no le doy los buenos días a Lidia luego no habrá quien la aguante.

Llego al coche a toda prisa. Y al sentarme y poner la llave en posición de contacto veo que aun voy bien de tiempo y me permito relajarme un poco. En casa me estresan, me alteran. Seguro que se me dispara la tensión sólo con oír la vocecilla de mi madre.

Enciendo el coche, y mientras espero que se caliente un poco, saco el móvil y escribo a Lidia “Buenos días amor”. Pienso un poco antes de decidirme a enviarlo. Pienso en escribirle algo más, en preguntarle que tal ha dormido, en si tiene planes para la tarde, en si querrá que cenemos juntos… Enviar. Mejor no. Hoy por lo que presiento me espera un día largo y duro y cuando salga del trabajo sólo voy a querer relajarme y dormir.